domingo, 22 de enero de 2017

Obama y Trump


Obama y Trump
Confieso mi admiración por Barack Obama, a quien considero un líder político carismático. Una persona capaz de transmitir honestidad y cercanía; capaz de convencer a la sociedad de que había una nueva forma de hacer política y que era posible trabajar por un futuro mejor. Él mismo lo denominó la “audacia de la esperanza”, poniendo énfasis en aquellos ideales que unían a toda una nación, más allá de su color político.
Admito que no ha logrado todo lo que ambicionaba; muchas promesas se han quedado por el camino, pero creo que ha sido un Presidente que se despide con un legado transformador en la política doméstica y que ha dejado también su impronta en la escena internacional. Defiendo este balance positivo porque soy consciente de las restricciones que impone la complejidad de la Administración americana y porque no debemos mitificar la posición de un primer mandatario por influyente que pueda ser. La acción de un Presidente durante ocho años difícilmente podrá cambiar la realidad de una sociedad tan compleja como la norteamericana. Los Estados Unidos son mucho más que el inquilino de la Casa Blanca.
Esta reflexión es de aplicación también para comprender qué es lo que puede ocurrir con el ya nuevo Presidente Donald Trump estos próximos años. Se va a ver sometido a la misma Administración, va a tener que gobernar a los mismos 320 millones de ciudadanos norteamericanos y gestionar los equilibrios de poder con los mismos 50 Estados de la Unión. Doy por supuesto que su poder presidencial se va a encontrar con idénticos problemas y los mismos límites, en una democracia consolidada y notoriamente eficiente como es la norteamericana. Además, acaba de dar el salto de candidato a presidente y, como es obvio, la libertad de acción y sobre todo de discurso de un candidato no es la misma que debe respetar un presidente que se enfrenta a la realidad de Washington. La responsabilidad y el cotidiano impacto de la realidad constriñen las posibilidades de acción de un Gobierno, y esto es universal: pasa en Tolosa, en Gipuzkoa o en los Estados Unidos de América.
Es cierto que el nuevo Presidente va a contar con una gran ventaja adicional, dado que dispone de la mayoría absoluta en las dos cámaras legislativas, una situación que los republicanos no conocían desde el año 1928. Pero, en cualquier caso, no creo que vaya a poder librarse de una oposición firme y férrea del Legislativo. El pasado año tuve la oportunidad de tomar parte en una visita oficial a la Cámara de Representantes en Washington. Llama la atención el alto rendimiento e implicación de los equipos de trabajo, así como los equilibrios de poder que se conjugan a la hora de tomar decisiones políticas, por lo que me cuesta imaginar un “camino de rosas” para las iniciativas que el nuevo Presidente vaya a plantear en el Congreso. Me consta que, en el momento actual, las relaciones internas en el seno del Partido Republicano se ha suavizado, pero la campaña se ha caracterizado por el tono distante, cuando no de reprobación, de los nombres más relevantes del “GOP”, el denominado Great Old Party. Contra todo pronóstico, el advenedizo Trump les ha ganado provisionalmente la partida, ha sabido conectar con las bases, pero las estructuras del partido no van a hipotecar su futuro por un presidente que no sea capaz de respetar de una manera consistente los códigos y valores republicanos.
Este es el contexto de una realidad incontestable: las promesas y propuestas de campaña de Donald Trump siguen suscitando mucha desconfianza y demasiado desasosiego. Sus discursos electorales han aventurado una peligrosa transformación de la dirección de la política exterior estadounidense. El nuevo presidente republicano ha puesto el “dedo en la llaga” y ha soliviantado a los líderes europeos, apoyando el Brexit, minusvalorando el peso y la capacidad de la Unión e, incluso, invitando a nuevos países a abandonar el proyecto común europeo. Sus declaraciones han suscitado la incertidumbre y el recelo tanto en Oriente Medio como en otros países americanos. En su relación con Rusia ha establecido un sospechoso puente de comunicación con un país que parecía ser hasta ahora un enemigo histórico. La línea seguida en los meses previos a su elección nos hace interrogarnos sobre sus intenciones reales en relación a la política exterior de Estados Unidos. En este momento no sabríamos anticipar si va a optar por seguir sorprendiendo con la imprudencia de muchas de sus afirmaciones o si, tras la efervescencia electoral, se inclinará por asumir la trayectoria histórica de la acción exterior de un país clave en el equilibrio internacional durante las últimas siete décadas.
Lo cierto es que este preocupante panorama de “aislacionismo populista” es el que ha asomado en el discurso inaugural del nuevo Presidente Trump. “Desde este día, América primero”. Este ha sido el eslogan de Trump en su primer discurso como Presidente; una obviedad aderezada de rancio populismo patriótico. Barack Obama ha advertido que vigilará de cerca la labor del nuevo Gobierno y que, en aquellos asuntos en los que considere que se rompen los principios básicos, luchará por defender los intereses de la ciudadanía americana. Me adhiero a las personas que han manifestado en todo el mundo el deseo de que Barack Obama pueda ejercer el papel de “centinela del sueño americano” y, por ende, de los principios y valores compartidos en occidente. Ahora bien, soy realista y comprendo que es muy probable que su hoy sólido liderazgo pueda ir languideciendo, tal y como hemos visto en el caso de algunos de sus predecesores.
Creo en Europa y en nuestra potencialidad en la escena internacional, por eso esta semana participaré en las reuniones de un Consejo de Europa al que acudo con la intención de compartir estas preocupaciones. Soy consciente de que va a ser necesario que todos los países europeos en unión permanezcamos vigilantes ante una política exterior estadounidense imprevisible y que puede tener nefastas consecuencias, caso de que se ejecute al servicio de la gloria personal de un singular empresario jugando a todopoderoso líder de occidente.

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