domingo, 26 de noviembre de 2017

La izquierda abertzale desconcierta
En la crónica parlamentaria de la semana, los debates sobre la Ley de Concierto y Cupo vasco han ocupado un espacio muy importante; si ha habido algo verdaderamente disonante en este caso, ha sido precisamente la posición mantenida por EH Bildu, totalmente extemporánea y contraria a los intereses de la ciudadanía vasca. Su falta de apoyo a las Leyes de Concierto y Cupo, pieza nuclear que define el régimen económico-financiero singular de Euskadi, le ha situado en armoniosa sintonía con Ciudadanos. Esta formación que ha emprendido una nueva ofensiva contra el Concierto y el Cupo vasco, encontrando el incomprensible respaldo de la izquierda abertzale, que se ha empecinado en una posición que  desconcierta a propios y extraños.
El desatino de EH Bildu es especialmente inquietante porque, siendo innumerables las ocasiones en las que no toma parte en las votaciones que se sustancian en las Cortes Generales, en este caso, sin embargo, ha querido estar presente y dejar constancia de que se abstiene de la defensa del Cupo y el Concierto Económico Vasco.  Aunque parezca incomprensible, su infantil afán de confrontación con el Partido Nacionalista Vasco le ha llevado a perder los papeles y equivocarse de partitura porque hemos escuchado la voz de EH Bildu como parte del coro que dirige Albert Rivera.
¡Que me expliquen cómo es posible que un partido vasco no apoye una decisión que supone reconocer y reforzar los  derechos históricos del pueblo vasco! Es inexplicable que se abstenga a la hora de respaldar la clave de bóveda de nuestro autogobierno, el sistema singular que hunde sus raíces en la tradición foral de los territorios históricos de Gipuzkoa, Bizkaia, Araba y Nafarroa. Soy miembro de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa y puedo asegurar que uno de los temas sobre el que más explicaciones se me requieren, por su carácter único en Europa, es precisamente el sistema de Concierto y Cupo de Euskadi.  ¿Cómo voy a explicarles que este sistema vasco que todos admiran y tantos envidian no ha sido apoyado por un partido vasco? Es inexplicable porque la actitud de EH Bildu es incomprensible.
Desde el año 2008 el sistema vasco de concierto cuenta con el aval de las instituciones europeas. De hecho, la Unión Europea reconoce 32 haciendas, las 28 correspondientes a cada uno de los Estados miembros y las cuatro correspondientes a Gipuzkoa, Bizkaia, Araba y Nafarroa. ¿Cómo puedo explicar a mis compañeros del Consejo de Europa que hay un grupo político vasco que no acepta lo que la propia Unión Europea reconoce? Es incomprensible porque la actitud de EH Bildu es inexplicable, valga la cuasi redundancia.
No me voy a extender en explicaciones sobre las virtudes y particularidades del sistema fiscal vasco, labor que el exconsejero Pedro Luis Uriarte ha ilustrado de manera sobresaliente en infinidad de ocasiones, pero sí voy a subrayar que no respaldar el Concierto y el Cupo implica no aceptar una materia que nos vincula con la raíz de las libertades originarias del Pueblo Vasco. Estamos hablando de una institución que garantiza una relación bilateral entre el Gobierno Vasco y el Gobierno central. Una relación de igual a igual, paccionada, de reconocimiento mutuo. Un sistema de relación que impide, como se ha demostrado durante dos lustros, que el Gobierno del Estado pueda imponer su criterio de forma unilateral.
De la misma forma que nosotros podemos envidiar la situación que en determinados aspectos tienen realidades como Escocia o Flandes, con la institución del Concierto que hemos consolidado en Cortes Generales también nos convertimos en objeto de deseo. Me gustaría que EH Bildu nos plantease algún ejemplo similar al nuestro en toda Europa. Lo cierto es que han sido muchos los vaivenes de la izquierda abertzale con respecto al tema que estamos desarrollando, al igual que ha ocurrido en otros muchos aspectos, como durante la transición, cuando nosotros entendíamos que teníamos que defender los intereses de los vascos allá donde se tomasen decisiones que concernieran de una u otra manera a la agenda vasca.  Gracias a ello, ahora disponemos de un Concierto Económico y una Ley del Cupo que son la clave en la que se sustenta el estado vasco de bienestar. Gracias a estas herramientas que hemos defendido durante muchos años se posibilita que tengamos una serie de servicios que permiten que la ciudadanía vasca esté en parámetros similares a los de los países más avanzados de Europa.
Es absolutamente ridículo y censurable que la izquierda abertzale copie lo peor de algunos modelos políticos que priorizan sus objetivos partidistas por encima de todo. Es incomprensible que se abstenga de apoyar un acuerdo que es a todas luces positivo para Euskadi. Así lo ha entendido todo el mundo, excepto Rivera y sus insospechados compañeros de viaje de la izquierda abertzale. EH Bildu se ha sumado a  una formación contraria y combativa contra nuestro modelo educativo o contra nuestra lengua, por poner dos ejemplos recientes y permanentes.
Puedo entender que Ciudadanos no tenga mayor preocupación por la ciudadanía vasca y su bienestar; porque tienen dos concejales en Euskadi y cero parlamentarios en la Cámara de Gasteiz. Pero no puedo entender que quien dice ir a Madrid a defender los intereses de Euskadi llegue allí para aliarse con Rivera y sumarse al desconcierto.

El ‘cuanto peor, mejor’ no es nunca una buena solución. Intuyo que detrás de este error mayúsculo, de este desafuero incomprensible, subyace el único objetivo de  tratar de perjudicar al Partido Nacionalista Vasco. Es una obsesión incomprensible que no conduce a nada. Ni lo han conseguido ni lo van a conseguir, pero sí deben saber que estas decisiones ponen en riesgo el autogobierno y los intereses de Euskadi.
Mi artículo de opinión, hoy en Diario Vasco.

domingo, 12 de noviembre de 2017


A vista del 155

Una y otra vez me preguntan en Euskadi cuál es el ambiente que se vive en el foro madrileño: qué se escucha en los corrillos de los pasillos, cómo es la relación que tenemos con representantes de otros partidos o qué se respira por allí. Tengo que reconocer que convivir con la política capitalina no es fácil, menos en el Senado, un parlamento maniatado por la mayoría absoluta del PP y con escaso interés para los grandes partidos. Una cámara territorial que, en realidad, no ejerce como tal.

En cualquier caso, paso muchas horas viendo y analizando actitudes desde la atalaya del 155. Lo digo así porque, ironías de la vida, ese es precisamente el número del escaño que ocupo en la Cámara Alta. Desde allí he contemplado todo tipo de gestos, desaires y poses de dudoso gusto. En líneas generales, prima la falta de rigor a la hora de abordar los problemas que se tratan, más allá del artículo 155 que ha acaparado la atención desde el fatídico 27 de octubre en que se debatió y autorizó su aplicación.

Ese día asistí preocupado a momentos inquietantes, que rozaban lo patético. El Senado, deshonrando su esencia de cámara de representación territorial, aprobaba sin rubor una decisión excepcional y extrema que suponía negar la capacidad política de autogobierno a las instituciones de Catalunya. La Cámara Alta adoptaba, en cuestión de horas, una decisión de gran trascendencia histórica y política que suponía herir en lo más profundo el honor y orgullo de la sociedad catalana.

Fue un día de honda tristeza desde el punto de vista personal, pero también desde la óptica institucional y política. Un día cuyo recuerdo perdurará durante años, condicionando las relaciones políticas futuras. Un día triste porque no es de recibo contemplar a representantes electos del Partido Popular, puestos en pie, prorrumpir en aplausos ante esta decisión. No puedo entender que se ovacione al Presidente del Gobierno español cuando anuncia el cese del President de la Generalitat elegido por la ciudadanía catalana en unas elecciones democráticas. Sentí tristeza, desilusión y vértigo por la frivolidad con que se vitoreaba una decisión que en modo alguno representa los valores de la cultura democrática.

Sentí un profundo desasosiego, consciente de que los aplausos alentaban una fractura muy difícil de recomponer. Desde mi escaño, argumenté la ilegalidad e inconstitucionalidad de la medida, porque afecta al principio de autonomía política, socava los cimientos del Estado democrático y altera el sistema de equilibrio de poderes y su separación. El artículo 155 contraviene el Estatuto de Autonomía y la propia Constitución, que tanto afirman defender. Critiqué la decisión por discrecional, desproporcionada y, por lo tanto, injusta. Quise dejar constancia de que suponía, en realidad, la suspensión de la Autonomía de Catalunya, como así ha quedado demostrado. Insistí en que una decisión de este calado solo se podía adoptar tras la declaración del estado de alarma, excepción o sitio, algo que no se había producido. Sugerí que las medidas eran, en realidad, un castigo a Catalunya.

Pero el PP no quería escuchar, no quería dialogar ni entender, y menos acordar. Solo quería imponer una decisión excepcional por la vía rápida. Mi pesadumbre se acrecentó con la actitud del PSOE, acompañante acrítico en este viaje a ninguna parte. Me apenó ver a los socialistas acomplejados, ocultando la cabeza bajo el escaño. No encuentro sentido a su actitud, y menos aún cuando tras aprobar la aplicación del 155, Pedro Sánchez afirma que “no hay soluciones penales para problemas políticos”. Es una obviedad, pero carece de crédito en boca de quien no ha hecho nada para evitar las vías penales, sino todo lo contrario, y se ha manifestado incapaz de encauzar una vía de solución política.

En el debate, me llegó al alma que los representantes del PP utilizasen el Nuevo Estatuto aprobado por el Parlamento Vasco, el denominado “Plan Ibarretxe”, como ejemplo a seguir. No podía dar crédito a lo que estaba escuchando. Pretendían consolidar el argumento de que en democracia cualquier idea se puede defender a través de la palabra y con respeto a la ley. Lo que se les olvidó decir a los “trileros” del Grupo Popular es que dieron un portazo a aquella propuesta, que ni siquiera admitieron a trámite. No quieren escuchar, no quieren asumir la realidad, pretenden ocultar la evidencia de que las realidades nacionales vasca y catalana existen, que las voluntades sociales mayoritarias se expresan de forma diferenciada en Euskadi, Cataluña y el Estado. Mientras no acepten, asuman y comprendan esta realidad no se resolverá este problema de estricta naturaleza política.

La vida sigue y también la actividad parlamentaria en el Senado, donde el desafuero del PP no tiene límites. Esta semana han aprobado una moción en la que se felicita a la Guardia Civil y a la Policía Nacional por su “maravillosa” actuación el día 1 de octubre en Catalunya. Parece una broma de mal gusto, pero es algo mucho peor porque, en realidad, pone de manifiesto que la obsesión del Partido Popular por modificar la realidad no tiene límites. No les ha importado que los medios de comunicación internacionales recogiesen las noticias de aquel vergonzoso día con preocupación, ni que los líderes políticos de toda Europa mostrasen su enfado por la inusitada violencia con la que actuaron ambos cuerpos policiales.

Siento mucha tristeza, porque tanto el PP como el PSOE cierran los ojos ante la evidencia de lo que ocurre en Catalunya. En estos momentos, ambos gobiernan a merced de la presión de los medios de comunicación. El mismo 2 de octubre, el PSOE presentó una iniciativa en el Congreso para promover la reprobación de la Vicepresidenta del Gobierno entendiendo que era la responsable de la indefendible carga policial del día anterior, pero semanas después la ha acabado retirando, permitiendo la aplicación del 155 y votando, además, afirmativamente el apoyo a las fuerzas de seguridad del Estado. Por si fuera poco, ha terminado acordando con el PP unos incrementos retributivos que venían reclamando estos cuerpos policiales durante más de una veintena de años. Lo que la política española no había conseguido, lo ha logrado en tiempo récord la política catalana. En este contexto, si esto no es un premio por su actuación el día 1 de octubre, se le parece mucho, demasiado.

En definitiva, estas semanas hemos vivido unos debates en los que la política catalana ha importado bien poco. Lo que verdaderamente ha preocupado ha sido obtener una buena foto de cara a las próximas elecciones, en la que tanto el PP como el PSOE y Ciudadanos se mostrasen ante la ciudadanía española como los adalides de la sacrosanta unidad española y como el  partido que con más rigor aplica el artículo 155. Poco, por no decir nada, les ha importado buscar una solución sincera para Catalunya. Este miércoles he tenido la oportunidad de hablar con el señor Montilla, anteriormente President de la Generalitat, que me transmitió su gran preocupación por la fragmentación social y por las repercusiones negativas en la economía. He coincidido también con quien fuera líder de Uniò, el señor Durán i Lleida, también preocupado por lo que ocurrirá en los próximos meses. Veremos qué pasa pero, desde la atalaya del 155, no observo en los grandes partidos el giro radical necesario para recomponer las relaciones, establecer un diálogo con auténtica voluntad de acuerdo e iniciar una nueva etapa con el realismo, la responsabilidad y la altura de miras que el problema de fondo de la crisis del modelo de Estado exige.


Mi artículo de opinión, hoy en Grupo Noticias.
www.noticiasdegipuzkoa.com - www.deia.com