domingo, 24 de diciembre de 2017

Los pilares de la tierra catalana
Resulta extraño analizar los resultados de las elecciones catalanas en vísperas de Nochebuena, con los ecos de los tradicionales villancicos y tras el soniquete del sorteo de la lotería que nos sigue perforando los oídos y nos recuerda que es una pena conocer la música, pero no la letra, de la melodía que cantan los niños de San Ildefonso.
En Cataluña tampoco conocíamos la letra en su totalidad y el estribillo, tras las elecciones, podríamos decir que parece ser el mismo. Es cierto que ha sorprendido el buen resultado obtenido por Puigdemont desde Bruselas pero, a grandes rasgos, los resultados han sido los que veníamos barruntando desde semanas atrás y han confirmado una realidad incontestable. Si hablamos de bloques, estos se mantienen tan parejos como los que se conformaron tras los anteriores comicios y que abrieron una legislatura que Mariano Rajoy decidió cerrar imponiendo el artículo 155, “ocupando” las funciones de President de la Generalitat y convocando a la ciudadanía a las urnas.
De la misma forma que en las elecciones de 2010, 2012 y 2015, también ahora será necesario, más que nunca, el consenso entre diferentes fuerzas políticas para conformar un Gobierno estable. Hay siete grupos con representación parlamentaria, todos con una posición muy definida y serán necesarios al menos tres partidos políticos para que, por activa o por pasiva, se posibilite la acción de un Gobierno con viabilidad futura. Imagino que el primer paso tendrá que venir dado por tratar de recomponer las relaciones y alcanzar una base de acuerdo entre los partidos de base nacionalista. A partir de ahí, imagino también, se tratarán de eludir los esquemas de incomunicación y política de frentes que primaron la anterior legislatura porque las consecuencias que ya conocemos no son del gusto de nadie y, sobre todo, no han servido para dar respuesta a la cuestión política de fondo.
Es evidente que tras las heridas abiertas durante la campaña electoral, este acuerdo de base entre los partidos nacionalistas no va a resultar fácil y, aún más complicado, será el acercamiento al Gobierno Español y al Partido Popular. No solo por su pésimo resultado electoral sino, sobre todo, por sus antecedentes. Los resultados han ratificado el radical rechazo social a una formación que está en el origen de la convulsión y que ha sido incapaz de rectificar desde la nefasta recogida de firmas contra el Estatut hasta la incomprensible actitud de arrogarse con orgullo los méritos de haber “descabezado” a ERC y PDeCAT y “liquidado” el independentismo. La ciudadanía catalana ha dado el más sonoro y severo de los correctivos al PP, formación castigada con los peores resultados de su historia en Cataluña. Un ámbito territorial en el que, al igual que ocurre en Euskadi, el PP no ofrece un proyecto propio y diferenciado, no encuentra el aval de la sociedad y su presencia va languideciendo. Lo que es peor, Ciudadanos parece haber llegado para sustituirle y apunta, además, a extender su influencia al conjunto del Estado. Esta realidad sí que preocupa a los populares de cara a unas elecciones a Cortes generales.
El temor latente ante el nuevo escenario político catalán es que se produzca un recrudecimiento del frentismo, se desencadene una disputa de bloques y se consagre el bloqueo infinito. Una situación que perjudica al conjunto de la imagen institucional y política, que consolida el descrédito de unos representantes públicos incapaces de dialogar y acordar, incapaces de abrir un nuevo tiempo de soluciones políticas acordadas y pactadas. El día 6 de abril llama a la puerta, es la fecha límite para la investidura del President de la Generalitat y la conformación de su nuevo Govern. No va a ser fácil porque a la dificultad en la búsqueda de acuerdos parlamentarios para constituir las instituciones, se añaden los problemas que muchas y muchos electos van a tener con la Justicia, comenzando por el propio President Puigdemont. La ciudadanía catalana ha demostrado gran madurez, la participación ha sido histórica, se ha producido una evidente llamada al compromiso político, a la necesidad de ofrecer soluciones políticas, no judiciales o penales. Espero que este mensaje sea entendido y gestionado con la altura de miras que el momento demanda.
El pasado lunes la vicepresidenta del Gobierno español defendió en el Senado la aplicación del tristemente famoso artículo 155 y se vanaglorió de sus supuestos beneficios para Cataluña. Pretendió trasladar una imagen de normalidad en la gestión, obviando que se ha tratado de una actuación desproporcionada y sin parangón en una democracia europea hasta este momento. Tres días después las urnas catalanas hablaron con claridad, la vicepresidenta cayó y calló, los partidarios del 155 deberán reconocer su estrepitosa derrota.
Participo en el Consejo de Europa y he podido constatar, en muchas intervenciones de representantes de diferentes Estados, la velada crítica ante el inoperante proceder del Gobierno Español. La cultura democrática se asocia con la capacidad de dar cauce de solución a los conflictos a través del diálogo y la negociación. En Europa cuesta comprender que no existan cauces de relación institucional estable entre dos Gobiernos democráticos de un mismo Estado y no hay más que leer la prensa internacional estos días para intuir una mayor exigencia al Gobierno Español para que encauce una cuestión que, tras la histórica cifra de participación y la reiteración de los resultados, ha vuelto a colocarse en primera página de actualidad.
El jueves se celebraron las Elecciones y los resultados hablan por sí mismos. El viernes cantaron los niños de San Ildefonso y conocer los números ya no nos sirve para comprar los décimos premiados. En otras palabras, los errores cometidos en la gestión del conflicto catalán ya no se pueden enmendar, por eso es absolutamente necesario mirar al futuro y hacerlo con otra perspectiva, tono, actitud y voluntad. De nada sirven las amenazas, de nada sirve blandir la espada de Damocles del artículo 155 si no se aborda el problema de fondo, esto es, la existencia de un sentimiento de pertenencia nacional distinto que pide respeto, reconocimiento y una vía de diálogo para dar cauce de expresión a una demanda arraigada y legítima que las elecciones democráticas han vuelto a confirmar con una participación histórica.

El primer quehacer es asumir los resultados, saber interpretarlos correctamente y con realismo, abrir cauces estables de relación y diálogo que permitan restablecer y asentar los pilares de un puente de comunicación entre las diferentes sensibilidades para propiciar un nuevo escenario de entendimiento y acuerdo. Aunque hoy suene inocente, no hay otra solución: la cuestión de fondo se mantiene, la novedad debe venir por otra forma de hacer política, que parta de un diálogo con voluntad de acuerdo y demuestre capacidad para ofrecer soluciones políticas. Mismo fondo, nuevas formas. Esta es mi esperanza para asentar los pilares de la tierra catalana.

Mi artículo de opinión, hoy en Diario Vasco.

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